miércoles, 5 de agosto de 2020

Los incentivos como la clave contra la pandemia



Cada día somos testigos de como los medios de comunicación no hacen sino buscar a quien cargar la culpa de todo el tema de los rebrotes que se llevan produciendo desde que el 21 de junio terminó el estado de alarma, ya sean: a personas, eventos concretos o, incluso lo más de moda últimamente, a colectivos enteros. Esta vez, creando un estigma nocivo en jóvenes y adolescentes. Y no es que considere que se equivocan completamente, y aunque tampoco quiero darme a la banalidad que resultaría del convertir este texto en una mera opinión personal acerca de esta breve introducción, si que creo que llevan parte de razón, pero acaba siendo una visión demasiado superficial del problema convirtiendo a este complejo en algo demasiado simplista que no ayuda en nada sino en crear más malestar social. Y eso es de lo que trata este entrada: ofrecer un punto de vista del asunto abordándolo desde la perspectiva del mecanismo que rige (y lo que es) la economía, que recuerden, es la ciencia que estudia el comportamiento de las personas: los incentivos.

Es un hecho científico que las personas se mueven por incentivos (y ahí está todo la Teoría de Juegos desarrollada aproximadamente por John F. Nash en los años cincuenta del pasado siglo, y siendo premio Nobel por esto mismo en el año 1994). Cada decisión que toman estos agentes esta motivada por algo que hay detrás a lo que ellos otorgan un valor meramente subjetivo y que les reporta lo que los economistas llamamos utilidad (algo así como satisfacción o bienestar). Aunque hay que dejar claro que, esto último no es necesariamente que yo realice (o no) determinada acción única y exclusivamente motivado por el hecho de recibir algo a cambio. Ni mucho menos que ese algo a cambio sea dinero o algún bien material. Un incentivo puede ser, si haces 'x' me libro de algo que perjudique o merme mí utilidad; o si hago esto 'y' voy a estar mejor que si me decanto por hacer 'x', ya que también una lucha por evitar lo menos malo también es incentivo. Así pues, y como pueden estar ya observando, los ejemplos al respecto pueden ser innumerables.

Un juego muy conocido y explicativo de todo esto (quizá el más reputado) sería el llamado "dilema del prisionero", el cual explica muy bien como en múltiples ocasiones la mejor decisión que puedes tomar en términos de utilidad reportada depende completamente, no de lo que hagas solamente tú, sino de lo que haga el otro. A efectos de la pandemia, yo puedo tomar precauciones siempre, pero si "el otro" (u otros) jugador no las toma, ambos estaremos peor que de lo contrario. También tiene algo que ver con el hecho de "cooperar". (ver esquema)



Así pues, si seguimos aplicando toda esta teoría de los incentivos al entorno de pandemia mundial en el que vivimos, constantemente se apela a la responsabilidad y al civismo de las personas, y nos encontramos con que muchas de ellas llevan a cabo su papel de ciudadanos cumpliendo las tres reglas fundamentales de seguridad que se han recomendado por parte de los expertos sanitarios (distancia social, uso de mascarillas e higiene). Pero hay muchos quien no cumplen estas reglas, y resultan nocivos para la propia sociedad, es decir que no cooperan. Entonces se les echa en cara su sordidez, pero lo cierto es, ¿Alguien se ha planteado que esto podría resultar de un mero problema de incentivos? Puede ser muy 'unpopular', pero lo cierto es que quizá para esas personas el hecho de cumplir con sus deberes sociales no sea suficiente incentivo y que sientan que están perdiendo más de lo que ganan por su elección. Esto es debido a que las preferencias de cada individuo son diferentes y, además, dinámicas dado que están sujetas a cambios en cada momento, así como que cada uno tiene diferentes formas de valoración personal para lo que le reporta utilidad. La falta de incentivos a la cooperación también puede aparecer debido a un problema de información existente en términos de que estos agente "no-cooperativos" no perciban los beneficios de la propia cooperación (en el esquema de más arriba, imaginar que el apartado "reglas" no fuera visto por los jugadores, o cualquier otro dato de relevancia a la hora de tomar la decisión que "cegara" la elección)

Lo que habría que estudiar detenidamente es el porqué la delicada y grave situación atravesada, así como las miles y miles de muertes producidas por la famosa enfermedad no son incentivo suficiente para determinadas personas e incentivar a ello. Medidas tales como multas por incumplimientos o cambiar la percepción acerca del cumplimiento (imaginen: no llevar mascarillas conlleva a perder todo el estatus social) o, cualquier otra cosa... Hay muchos modos en definitiva para incentivar el cumplimiento de las medidas. Claro está, que la gente joven no está envuelta en ningún cinismo particular, sino que para ellos el uso de mascarillas y cumplimiento de las medidas de seguridad supone un coste mucho más elevado en términos de valoración personal que para cualquier otro colectivo, así que no parecería demasiado descabellado centrarse en que este grupo concreto de edad percibiese en el posicionarse a favor de lo que supone su deber como "más valioso" que el incumplimiento de las normas. Aunque todo se aplica, en el fondo, a cualquier persona que en algún momento no cumpla con ello.

La responsabilidad no mueve a las personas responsables. Aunque pueda sonar con cierta crudeza cínica también, nadie responde ante la responsabilidad por la benevolencia de los reptiles , si alguien decide ser responsable es porque está percibiendo el serlo como un incentivo favorable que le reporta más utilidad o bienestar que lo contrario. Tiene incentivos a serlo. Y, esto, es algo inherente dentro de la propia naturaleza humana algo como equivalente al estímulo que produce en el cuerpo un estímulo sonoro mediante el cual nuestro cuerpo se focaliza en ello de manera automática, impulsiva e inconsciente. Esto sería algo así. A un adolescente no le sale de dentro y, e incluso es prácticamente inconsciente, coger y salir de casa con la mascarilla y pensando que tiene que mantenerse a dos metros de sus coleguitas. Hay que revertir esa situación. Debemos hacer que hacer lo correcto sea incentivo suficiente para ellos.

Imaginen por un solo momento el siguiente ejemplo (muy simple): si acordonásemos un barrio de ciudad entero, y alguien del Estado se pusiera en cada puerta ofreciendo 50-100€ a cada individuo que saliese de sus casas con todas las medidas de seguridad y/o que se comprometiese a cumplirlas hasta su vuelta para tener derecho a recibir esas cuantías ofrecidas, ¿A qué no quedaría ninguna duda de que todos las cumpliríamos perfectamente? Por tanto, ya estamos reconociendo implícitamente que existe (o se da) un problema de incentivos. No se confundan, con esto no se quiere decir que la solución sea ofrecer jugosas cuantías de dinero por ello, porque incluso se podría caer en los llamados incentivos perversos (muy bien explicado aquí). Lo que hay que conseguir es que el incentivo que tenga todo el mundo a ser responsable sea lo suficientemente grande como para posicionarse en ella y cumplir con el deber. Y eso puede ser también seguir concienciando. Lo contario, es decir, fiarse de las buenas intenciones de la gente, como puede ser desconcienciar o ningunear la situación, o cualquier otra cosa que le reste importancia por parte de responsables políticos, famosos o, en general, con gente con gran capacidad de influencia sobre las demás es perjudicar y reducir los incentivos de las personas a ser responsables, llegando a un equilibrio inestable donde puede pasar cualquier cosa. Es decir, te puedes encontrar con un 90% de individuos responsables durante cierta época y de repente con menos de 10%; que, por otra parte, es lo que está sucediendo diariamente. Sería dejarlo todo en manos de la cambiante percepción de la situación de cada persona, cada día.


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