Todo ello me acabó provocando, cada vez más y hasta hace poco, lo que yo denomino como “eco-inquietudes” (ó “ecoinquietudes”, como ustedes prefieran, ya que aún no es término patentado). Y que consiste principalmente en ver el asunto económico que hay tras todo esto y empezar a entrelazarlo con terminología de economistas para enfocarlo hacia un punto de visto muy concreto: medir adecuadamente el impacto que tiene una película en cada momento. Así pues, servidor, siempre llegaba a la misma(s) pregunta(s), que es la que ha sido el principal caldo de cultivo para la creación de esta presunta entrada que trato de escribir y ver la relación que podría guardar (o no) con este par de preguntas: ¿Significa esto que cada vez vamos más al cine y que somos más aficionados a las películas? o, ¿Es que el desarrollo del marketing como elemento central del consumismo muchas veces desbocado manipula nuestra percepción del celuloide, y nos induce a ir más? ¿Se ha convertido el cine en un ascensor de estatus social ahora más que nunca? Como ven, todas estas preguntas y pretensiones van a servir a la par de trampolín para ir contra del sistema de medición del ranking de taquilla y de explicar un poco la evolución de la asistencia a cines y su recaudación desde la llegada del cine sonoro (el cine mudo podría tener su análisis propio dado que según ciertos puntos de vista hay de quien incluso lo considera tan gran cambio que podría ser considerado como una especie de "otro medio tanto distinto") , que va a ser un poco el elemento central de todo el texto.
Pues parece que, atendiendo a nuestras preguntas formuladas, estas no serían del todo ciertas. De hecho, se ha estado produciendo justo lo contrario. Según los datos de asistencia a los cines elaborados por la MPAA (Motion Picture Association of America) en colaboración con Screen Digest (una empresa de inteligencia y análisis británica) el pico máximo de asistencia a cines se habría producido en 1947 con alrededor de unos 4,7 billones de entradas. A partir de ahí, y con la llegada a los hogares de la televisión y el entretenimiento; la afluencia a cines hasta el inicio de la década de los sesenta sufrió un severo desplome entorno al 78% hasta los 1,4 billones de espectadores del que, “spoiler alert”: ya no volvió a recuperarse al mismo nivel. Y es que aunque el cine logra reinventarse para no caer en el olvido y vuelve a captar el interés de la gente para que siga queriendo ir al cine durante los sesenta, en los setenta vuelve a caer fuertemente hasta que un tal Steven Spielberg con su ‘Tiburón’ (1975) junto con otro de sus “visionarios colegas”, George Lucas y su ‘Guerra de las Galaxias’ consiguen reinventar el cine mainstream creando un concepto, que buenamente puede ser tratado con más énfasis en futuras entradas de este bloc, el Blockbuster. Este concepto es del que el cine de los ochenta se va a servir como eje principal para fabricar una nueva industria que, especialmente, desde finales de la década y ya durante todos los noventa e inicios del siglo XXI, va a permitir al cine coger un balón de oxígeno y entrar durante casi veinte años en una gran tendencia alcista hasta llegar a alcanzar el pico máximo de la serie, desde los máximos históricos alcanzados en el 1947, con aproximadamente unos 1,7 billones de espectadores. Consecuentemente y hasta día de hoy (con datos hasta antes de la pandemia de la COVID-19), se ha vuelto a establecer una nueva tendencia a la baja que dura ya casi más de 15 años (con algún repunte puntual) y, que quién sabe si habrá podido ser de nuevo la televisión, ahora en forma de plataformas de streaming la que esté volvieron a herir (quien sabe también si de muerte) al celuloide. (ver gráfico 1)
Es de interés también mencionar lo que apuntaba, en propio puño y letra M. Pautz, durante los años treinta que es de donde se datan las primeras estadísticas: “In 1930 weekly cinema attendance was 80 million people, approximately 65% of the resident U.S. population. However, in the year 2000, that figure was only 27.3 million people, which was a mere 9.7% of the U.S. population. If one simply considers the raw numbers, that is a steep decline in seventy years, which is more astounding when one considers some of the other circumstances of the times”. (Compara y dice que en los años 30 el 65% de los residentes en EE. UU iban al cine mientras que en el año 2000 tan solo el 9,7% de la población americana). Por lo cual, el Sr. M. Pautz a raíz de esta afirmación parece ser que de manera indirecta también se estaba haciendo la misma pregunta a la hora de concebir su escrito que se plantea al inicio de esta misma entrada. (ver tabla 1)
Así pues, y dejando a un lado apartados los misticismos, parece evidente que la respuesta hacia dichas cuestiones de porqué tantos récords de recaudación en la última década es un tema de precios. O, mejor dicho, de inflación (que es la subida continuada, o tasa de variación de un periodo “t” a otro periodo “t+1” de los precios). Si tomamos el IPC general de EE. UU del periodo 1930-2019 (1982-1984=100) observamos que la inflación habría sido de +1263,42%; o en otras palabras, los precios se habría multiplicado por 13,63. Las entradas de cine, por su parte, en 1930 costaban 0,35 $; mientras que hoy su precio asciende a 9,36 $. Lo que se traduce en una multiplicación de 14,4 veces el precio de 1930 (sin ajuste de inflación). Vemos que el precio de las entradas ha sufrido un aumento ligeramente superior al de la inflación general medida por el IPC. Por lo que, a estas alturas los lectores de este texto estarán pensando que esto es “hacer trampa” y que los precios de las entradas en 1930 no se corresponden con la capacidad adquisitiva de los espectadores por aquella época. Y, es cierto. Por tanto, realizando un ajuste por IPC la cosa quedaría de la siguiente manera (ver gráfico precios entradas).
¿Cuál es entonces el ‘kit de la cuestión’? Tenemos, por un lado, que si medimos la taquilla de una película por recaudación total hay que tener en cuenta la inflación, y como hemos visto antes, una entrada “ahora” es 14,4 veces más cara que en 1930, por lo que un estudio recauda esa cantidad más por entrada ahora que hace 89 años. Así que parece ilógico o injusto elaborar tal ranking recaudatorio acorde a este cálculo, que es por el que siempre se ha estado haciendo. Entonces, podría ser razonable ajustar estos precios por inflación, y ofrecer los mismos datos de recaudación total pero ajustados de inflación, por lo que seguramente habría modificaciones en las plazas del top. Es en este paso cuando aparece el gran debate de por cual método ajustar los precios; y de porqué ajustar mediante el IPC (que sería quizá lo más intuitivo) puede ser un error. También se puede ajustar por el deflactor del PIB pero este suele tender a sobreestimar precios.
La razón fundamental de porqué estimar el impacto de una película por recaudación total con precios ajustados vía IPC, es que puede ser no demasiado preciso simplemente por hechos tan básicos como la calificación por edades de la película: si va para el público adulto (calificación R) en la cual no pueden entrar menores de manera individual sino es acompañados de un adulto, algo que las grandes producciones “hollywoodenses” tienden a evitar por razones obvias de tener menor porción de población a la que acceder y mayor probabilidad de no rentabilizar la inversión, o por el contrario, si esta se dirige a todos los públicos; lo que ya de por sí permite movilizar a familias enteras a las salas de cine. A lo que pretendo llegar con esto es a que una producción calificada R completamente influyente que haya sido un rotundo éxito de público nunca (o muy difícilmente) va a conseguir estar en los grandes tops de recaudación. Otro factor, que esta vez suele a afectar a ambas y que resta precisión al ajuste IPC, serían la gran multitud de descuentos (quizá cada vez más) que ofrecen, sobre todo, las grandes cadenas de cine para estimular que se llenen las salas, tales como: descuentos por edades; para estudiantes; ofertas con descuentos para palomitas y bebidas, y que acaban disparando el precio total de la asistencia… todos estos datos cuentan a la hora de obtener los precios y, por tanto, para el ajuste IPC. Lo que no es real. Una entrada (estándar) cuesta hoy como hemos visto, 9,36 $. Si se están vendiendo un elevado porcentaje (dependiendo del tipo de película, menor por pura estadística, a medida que la calificación por edad aumenta) de entradas con algún tipo de descuento presente, la recaudación total acabará mermando y siendo inferior. Así pues, teniendo esto en cuenta, ya tenemos otro motivo más por el que este método de estimación para medir la taquilla es incorrecto.
Otro tema por el cual he pasado ligeramente y de puntillas, es el tema de población (ver gráfico total población EE. UU). Si antes se ha hecho mención a la gran parte de la población que solía acudir en masa a las salas del celuloide, en los años 30 y hasta antes de la llegada del televisor, hay que tener en cuenta que la población de EEUU hace unos 90 años era menor que ahora. ¿Cuánto? Veamos datos (ver gráfico): en 1930 la población estadounidense en datos oficiales era de 123.002.624 personas, mientras que hoy día (2020 antes de la COVID-19) es de 331.002.651 personas, un aumento del 168,7% desde entonces; es decir, se ha multiplicado por 2,7. Si entonces asistían a los cine entorno al 65% de residentes equivaldría (aprox) a unos 80 millones de personas, y ahora si sabemos que solo asisten anualmente cerca del 9,7% serían (aprox) 32 millones de personas. Observamos, por lo cual, un gap de alrededor de 48 millones de personas que han dejado de acudir a los cines; a pesar del más que considerable aumento de la población. Esto nuevamente vuelve a chirriar con los tops de taquilla más actuales y el que grandes superproducciones de este siglo tengan “cierta facilidad” para ocupar las primeras planas de los rankings de recaudación total. En definitiva, este sería el enésimo motivo por el cual volvería a poner en jaque el método de valoración de impacto de películas.
Por tanto y en definitiva para ir concluyendo este personal (pero objetivo en datos) análisis sobre el error que cometen compañías productoras y analistas de taquilla a la hora de valorar el ya mencionado impacto de una película en la cultura popular, desde el punto de vista de medirlo en número de espectadores totales que la hayan visto en cines, queda claro que no queda reflejado (ni de lejos) de una manera adecuada y precisa midiéndolo por la recaudación total obtenida. Y aquí, quiero detenerme y extraer conclusiones. Como hemos visto párrafos más arriba cuando hablábamos del potencial error y pérdida de precisión en el que se caía ajustando por inflación las cifras de recaudación total mediante el uso del IPC, se puede llegar a la conclusión que de utilizar (como se utiliza) la recaudación total como sistema de medición; es mejor utilizarlo sin ajustar que ajustando, ya que de esta última forma seguramente sea víctima de grandes imprecisiones y depende también, en gran medida, de otros factores de difícil medición (descuentos, calificaciones por edades, etc). Así pues y como resultado final de la idea que estoy intentando transmitir al lector de esta entrada es que el sistema de medición realmente válido y que homogenice de alguna manera el impacto de una película cada década sería el sistema de medición de Nº TOTAL DE ENTRADAS VENDIDAS. Si necesitas de establecer una comparación entre épocas, puedes dividir entre el total de población de un determinado lugar y hallar el porcentaje de la población que ha visto la película (Nota: cierto es que se produciría una cierta imprecisión al obtener dicho cálculo debido a los revisionados en el cine, y la dificultad, o imposibilidad de conocer el número exacto para poder eliminarlos del cociente; aun así es difícil que en un estreno que recaude 1000 o 500 Millones de $ correspondan en gran medida a individuos que “repitan” sesión; aproximadamente suele ser menos de un 10%).
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