HABLANDO UN POCO SOBRE JOHN FORD. PARTE (I).
Reciente acabo de terminar mi tercer ciclo de películas del gran maestro del cine americano, considerado por muchos, como el más grande de los cineastas; aceptado incluso por los intelectuales de tendencia elitista. Digamos que John Ford es admirado por toda índole de espectadores: público general, críticos, académicos, escritores, pintores, compositores; y así toda la lista de profesionales de la cultura y grupos sociales, cuenta con el profundo respeto de todos, excepto de un selecto grupo, en los que no necesariamente figura ningún colectivo de los mencionados anteriormente: los poco adheridos o detractores del western, ya que Ford, ante todo, se definía como un tipo que dirigía películas del oeste.
Esto último no implica que solo realizase western de entre toda su cosecha de, ¡Casi 130 películas! desde que en 1917 "debutase" en solitario con el filme 'The Tornado' había sido ayudante de otros titanes-inventores del lenguaje cinematográfico como D.W. Griffith en obras capitales del cine como 'The Birth of the Nacion' (El nacimiento de una nación) de 1915.
Una lástima, por otro lado, que, según varias fuentes no oficiales de expertos, o, más bien según comentan los académicos del cine, gran cantidad de películas de su época muda se han perdido o son altamente difíciles de localizar hoy en día. Personalmente, he podido ver algunas de ellas gracias al buen trabajo de recopilación de documento histórico que lleva a cabo la plataforma de video en streaming 'Filmin'.
Así pues John Ford siempre daba ese aire de western a cualquiera de sus obras que se produjesen fuera de las vastas llanuras de Monument Valley: plató por excelencia del director para rodar. Así pues, John Ford: excelente narrador, con una impronta visual monumental, heredera de claves visuales del expresionismo alemán en obras como 'Hombres Intrépidos' de 1940 o en la última de las historietas de una de sus películas menos conocidas: 'La salida de la luna' de 1957. Y que tenía la capacidad de contarte la historia de un lugar y sus gentes en un solo plano, algo que encontramos en el arranque de '¡Qué verde era mi valle!', ganadora del Oscar a mejor película en 1941 por delante de ni más ni menos que 'Ciudadano Kane'. Aquel plano cuando la voz en off nos está contando las memorias de un hombre que se marcha del pequeño valle donde ha pasado toda su vida y decide emprender un nuevo camino cincuenta años después, con la cámara abandonando y separándose del personaje y encuadrando una ventana abierta que parece un cuadro en movimiento y donde te introduce acto seguido a un plano general desde el que se ve todo ese valle irlandés y el día a día de sus habitantes. Queda recogida en un solo fotograma una vida, un lugar.
Sin embargo, no solamente es el talento para contar y poner en imágenes su universo: con mirada de añoranza y desesperanza, con arduos deseos de reformular e imaginar los mitos y leyendas de esa nación emergente como eran los Estados Unidos de América; sino que lo realmente rico, potente y eterno del cine de John Ford son sus personajes. Gente que podrían encontrarse en cualquier lugar del mundo, muchas veces más interesante y con más matices o riqueza psicológica que personas de carne y hueso. La honorabilidad y la dignidad humana que siempre les otorga, gente llena de principios, pero también de defectos y virtudes, de idealismos y de una forma de ser tremendamente humana. Algo que está en personajes como por ejemplo los protagonistas de dos de sus películas: 'El sol siempre brilla en Kentucky' -Charles Winninger- y 'Rio Grande' -John Wayne-. El primero, aquel juez que como nuestros políticos de hoy en día, solo quiere ganar la reelección como juez del condado hasta que se topa con una situación donde sus valores humanos y principios ético-morales acabarán estando por encima de todo lo demás; o, para el segundo, ese oficial del ejército, que no puede obviar la presencia de su hijo dentro de los aprendices recién alistados en el ejército americano que custodian la frontera con México y se encargan de mantener a los indios a raya. Nuevamente, el factor de humano como una de las grandes claves de los personajes del mundo John Ford.
Con su cine uno tiene la impresión de que aparte de pasar un buen rato, uno acaba de ver sus largometrajes como una mejor persona y con más valores. Me atrevería a decir, incluso que aquella persona que se crie con el cine de Ford no será nunca una mala persona porque si hay algo que la actualidad infravalora enormemente, algo que esta casi completamente depreciado son los valores y principios ético, morales y personales. Y él nos decía que uno también puede solo luchar por ellos.
Todo esto es lo que quería venir a comentar hoy sobre John Ford en esta breve entrada, pues son muchas las veces que a la hora de enfrentarse a su cine, y, especialmente para quienes vengan de las películas más actuales, se puede hacer complicado pillarle el tono, pero hay que tener en cuenta que el estilo Ford te introduce en una comunidad, dentro de una población, dentro de un grupo de personas que están donde la acción ocurre; que lo habitan, que son inherentes al lugar y donde Ford te imprime en fotogramas una porción de sus vidas. A lo largo del metraje todo va cogiendo color y viveza, donde nunca los hechos se precipitan de golpe y porrazo para llegar a un desenlace necesario para poner colofón a una proyección con una duración limitada dentro del medio. Como en un museo, asomarse a una película de este director es ver un momento de la vida, como abrir un cuento por una página al azar. Y jamás, más importante probablemente que todo lo demás, sin perder de vista su visión del medio cinematográfico como un lugar en el que contar historias para entretener al espectador que compra su entrada. O, lo que es lo mismo: entender el cine puro (y no mero) entretenimiento.